jueves, 21 de octubre de 2010

Cathaysa, de Pedro Guerra Cabrera (1937-1991)









La gueldera de Acentejo
y el engodo en Candelaria.
 Primero llegó la cruz
y después las espingardas. 


El valeroso Bentor,
se derriscó por Tigaiga
y callaron los verdinos
y enmudecieron las chácaras,
y sangraron los mocanes
y se secó la cebada
y las abejas se fueron
y se espantaron las cabras

No quedó sino el coraje
de una isla y una raza
y una infinita querencia:                  

nacer, vivir y morir,
sin cadenas castellanas.

Se la llevaron los invasores,
cuando venía de la montaña,
con su carguita de tilo y brezo,
camino abajo, por la quebrada.

Se la llevaron de anochecida,
a la guanchita de Taganana
y el manojito de leña seca,
desbaratado quedo en Anaga.

Juguete de algún marqués,
menina de alguna dama,
sierva de grandes señores
en algún lugar de España.
Cathaysa, la niña guanche,
no verá más Taganana.

Se la llevaron los invasores,
cuando venía de la montaña,
y el caminito se fue cerrando
de mala yerba y de telarañas.

Un gran silencio creció en la cumbre,
un aire helado bajo a la playa,
así de mudo se quedo el monte,
así de fría se quedo el agua.

Juguete de algún marqués,
menina de alguna dama,
sierva de grandes señores
en algún lugar de España.
Cathaysa, la niña guanche,
no verá más Taganana.

Cathaysa, la niña guanche,
no vera más Taganana.



Pedro Guerra Cabrera



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