jueves, 21 de octubre de 2010

¿Por qué estudiar literatura?

Lo primero fue mi deseo de hablar con los muertos.
Stephen Greenblatt.
(...) Nunca creí que los muertos pudieran oírme, y sabía muy bien que no podían hablar, pero estaba seguro de que podría recrear una conversación con ellos. Ni siquiera renuncié a este deseo cuando comprendí que por más que me esforzara en escuchar lo único que alcanzaría a oír sería mi propia voz. Pero mi propia voz es la de los muertos, ya que han dejado huellas textuales que se oyen en las voces de los vivos.

La mayoría de esas huellas tiene escasa resonancia, aunque todas, hasta las
más insignificantes o aburridas, contienen algún fragmento de vida perdida; algunas, incluso, están misteriosamente henchidas de la voluntad de ser oídas. Es cierto que resulta paradójico rastrear la voluntad vital de los muertos en las ficciones, unos ámbitos que no se corresponden con seres de carne y hueso. Pero los amantes de la literatura encuentran una mayor intensidad en las simulaciones –es decir, en la imitación formal y autoconsciente de la vida– que en cualquiera de las demás huellas textuales de los muertos, puesto que las simulaciones están comprometidas de forma plena y consciente con la ausencia de vida que representan, y por consiguiente pueden prever y compensar con habilidad la desaparición de la vida que las hizo posible (Stephen Greenblatt).

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